Testigos silenciosos de 120 años de Enseñanza Agropecuaria…
Los maravillosos e imponentes árboles que se yerguen en el ÁREA NATURAL PROTEGIDA “FLORINDO DONATI” de Casilda, son testigos silenciosos de 120 años de Enseñanza Agropecuaria, de experiencias y anécdotas que hacen a la historia de nuestra querida Escuela Agrotécnica, de Cáfilas, Caicas, Taitas, Caburés, Campanadas, estudiantes que se hermanaron bajo sus copas; de charlas en el aljibe; del trino de las aves, de fogones, partidos de fútbol y hasta de algunas historias de amor… Compañeros del amigo, preservador de su existencia y patrimonio: el gringo Donati. La lista sería eterna porque se extiende a lo largo de 120 años de vida.
Si cerramos los ojos, aparecen árboles, infinidad de ellos, cada uno hermoso y único, formando parte vital de esta extraordinaria Área Natural. Pequeños bosquecitos de Robles, Eucaliptos, Araucarias y muchas especies más que se fueron incorporando con el pasar de los años, concebidas y criadas por la naturaleza.
Los movimientos de esos añosos árboles nos dicen cosas, su secreta vida —invisible ante nuestra rutina con prisas— se devela sin mantos al que quiere ver. Nos han conectado a los vínculos culturales con nuestra historia más personal y ancestral. Para los que vivimos un tiempo en este espacio, serán siempre sagrados porque en su vital biodiversidad, constituyen el lugar de donde se parte y a donde se llega. Son el lugar donde el viento se cuela suave y la humedad tiene refugio. Templos naturales en donde nuestro lado más salvaje está en paz. Son ecosistemas perfectos en donde todos tienen un lugar: desde lo invisible, hasta nuestros árboles más monumentales, como el viejo Roble europeo de 1913, que desde lo más alto, vuelve a nutrir la tierra.
Cuenta una historia muy antigua, tan antigua que muchos la olvidaron, que al principio, todas las mujeres fueron árboles y sus raíces conectadas, las hacían ser una sola con la tierra y los brazos-ramas, se unían como parte de una gran ronda de amor. Cuando llegaron las guerras y las luchas por poder, muchas mujeres árboles murieron convertidas en madera, otras para sobrevivir tuvieron que desenraizarse y marcharse solas. Después de tanto dolor y soledad, es tiempo de volver.
Para mantener la vida en la tierra necesitamos recuperar conciencia y sabiduría. Un camino es comenzar abrazando el tronco de un árbol para escuchar la circulación de su savia, de nuestra savia, luego las raíces de nuestros pies sabrán crecer para integrarnos a esa gran red a la que todos los seres vivos pertenecemos.
En las copas de los árboles susurra el mundo, sus raíces descansan en el infinito, pero no se pierden sino que con toda la fuerza de su existencia, pretenden solo una cosa: cumplir la propia ley, la ley que reside escondida en su interior, desarrollar la forma propia, representarse a sí mismos. No hay nada que sea más sagrado, nada que sea más ejemplar, que un árbol hermoso y fuerte.
Los árboles parecen crear un mundo propio dentro de ellos mismos, no sólo en términos de fauna, sino que se presentan como lugares imaginarios donde todo es posible. En su presencia, bajo su cobijo, es un placer contemplar el añoso Ceibo florecido, el encanto del otoño dorado de los Fresnos, las flores mágicas de la gran Magnolia al lado del aljibe, los esbeltos y gigantes Eucaliptos, los Lapachos, Tipas, Ibira-pitá florecidos, los frutos del Ñangapirí, el bosque de Pino Paraná, nuestro querido bosque de Alcornoques y así, infinitamente, con su larga y sosegada vida, representan la imagen y garantía de estabilidad para el medio. Historias de árboles de la Escuela: Nogales y Olivos traídos de Francia, semillas originarias de diversos lugares de Latinoamérica que hoy, lamentablemente, ya no están.
Según el diccionario, el lenguaje, es la capacidad que las personas tienen de expresarse. Visto así, sólo nosotros seríamos capaces de hablar ya que el concepto está limitado a nuestra especie. Pero, ¿No sería interesante saber si los árboles también son capaces de expresarse? ¿Cómo? El sonido de las ramas mecidas por el viento, el murmullo del follaje nos producen infinitas sensaciones. Los árboles fueron considerados durante mucho tiempo criaturas míticas, llenas de conocimiento, capaces de transmitir saberes a los humanos que aprendían a escucharlos, en muchas tradiciones culturales y religiosas conectadas con la tierra.
El descubrimiento de la naturaleza, nos ayuda a luchar contra la aceleración: caminar sin prisas, educar en la serenidad, la paciencia y la contemplación. Nuestros/as estudiantes, nuestro futuro, habrán de aprender a conocerla para poder respetarla. Sólo así se podrá resolver cualquier crisis ambiental actual. No hay ser —ni parte de la comunidad educativa, ni visitante—, que no quede maravillado/a con nuestro patrimonio de árboles monumentales.
Cuando el mundo tambalea, nos queda la luz, aun podemos volver los ojos hacia la belleza, recorrer los únicos caminos que merecen la pena, los del corazón. En todos ellos, más tarde o más temprano, encontraremos al Árbol.
En nuestra querida Escuela, todos los árboles suelen tener un significado de memoria, un signo dejado por los seres queridos, estudiantes, docentes y no docentes. Los árboles son mucho más, su memoria va más allá de dos o tres generaciones y es agradable detenerse y pensar cuántas cosas han “visto”, cuántas adversidades han pasado, cuántas personas han encontrado su amparo. Los árboles son, por lo tanto, un patrimonio para ser respetado y protegido, debemos cuidarlos y protegerlos seriamente ya que se trata de figuras únicas, irremplazables, y a las que hay que sumar a su imponente presencia física, un bagaje difícilmente cuantificable. ¡Qué mejor que estos árboles a la hora de sensibilizar al público en general, y muy concretamente a los más jóvenes, acerca de la necesidad urgente de una correcta gestión y conservación de la naturaleza! Estaríamos de este modo cerrando el círculo y contribuyendo al mantenimiento de esa herencia común que nos pertenece a todos.
Dedicar tiempo a los árboles es una forma de superar el estrés y se los afirmo por experiencia: son una panacea para la angustia y la ansiedad. Tengo el privilegio de compartir con ellos cada jornada laboral desde hace más de 35 años. Al amparo de los árboles, podemos enfrentar nuestros miedos más profundos; en sus ramas más altas, el mundo cruje; sus raíces descansan en el infinito pero no se pierden allí, luchan con toda la fuerza por una sola cosa: cumplir sus propias leyes, construir su propia forma, representarse… Nada es más ejemplar que la perfección de un árbol, los árboles son los pilares del paisaje, enraízan y sustentan el suelo, engrandecen y multiplican los nichos ecológicos y elevan sobre sus troncos la energía trasformada en belleza.
La vida que albergan sus troncos y ramas, su belleza, potencia, presencia, amplifican el regocijo que siento cuando los observo diariamente en nuestra casa, en nuestra querida Escuela Agrotécnica de Casilda. La experiencia de poder palparlos de cerca, me hace sentir una alegría plena, una serenidad intensa y un profundo sentimiento de gratitud.
Por todo esto, hoy, en el “Día del Árbol”, celebramos su existencia y homenajeamos a cada árbol sobre la tierra, con esta hermosa poesía de Gabriela Mistral.
Prof. Sergio Mellano.
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Himno al Árbol (Gabriela Mistral)
Árbol hermano, que clavado
por garfios pardos en el suelo,
la clara frente has elevado
en una intensa sed de cielo;
hazme piadoso hacia la escoria
de cuyos limos me mantengo,
sin que se duerma la memoria
del país azul de donde vengo.
Árbol que anuncias al viandante
la suavidad de tu presencia
con tu amplia sombra refrescante
y con el nimbo de tu esencia:
haz que revele mi presencia,
en las praderas de la vida,
mi suave y cálida influencia
de criatura bendecida.
Árbol diez veces productor:
el de la poma sonrosada,
el del madero constructor,
el de la brisa perfumada,
el del follaje amparador;
el de las gomas suavizantes
y las resinas milagrosas,
pleno de brazos agobiantes
y de gargantas melodiosas:
hazme en el dar un opulento
¡para igualarte en lo fecundo,
el corazón y el pensamiento
se me hagan vastos como el mundo!
Y todas las actividades
no lleguen nunca a fatigarme:
¡las magnas prodigalidades
salgan de mí sin agotarme!
Árbol donde es tan sosegada
la pulsación del existir,
y ves mis fuerzas la agitada
fiebre del mundo consumir:
hazme sereno, hazme sereno,
de la viril serenidad
que dio a los mármoles helenos
su soplo de divinidad.
Árbol que no eres otra cosa
que dulce entraña de mujer,
pues cada rama mece airosa
en cada leve nido un ser:
dame un follaje vasto y denso,
tanto como han de precisar
los que en el bosque humano, inmenso,
rama no hallaron para hogar.
Árbol que donde quiera aliente
tu cuerpo lleno de vigor,
levantarás eternamente
el mismo gesto amparador:
haz que a través de todo estado
—niñez, vejez, placer, dolor—
levante mi alma un invariado
y universal gesto de amor!